sábado, 18 de julio de 2009

Andrea (2ª parte)


El ogro se moría y quería verme. Según mi tío sólo deseaba despedirse de su única hija, pero a mí me daba la impresión de que había algo más.

En un primer momento me negué. No necesitaba una despedida. No quería volver a casa, pero después creí que verle acabado y a las puertas del infierno, me ayudaría. Verle pagando sus pecados era algo que necesitaba y deseaba. Era la única forma de ver que la maldad se paga. Así que hice las maletas y me dirigí hacia mi pasado.

Mi padre, ese poderoso multimillonario, había encontrado una batalla que todo su dinero no podía vencer. Se había topado con una leucemia en fase terminal. Viajó a los mejores hospitales del mundo, contrató a los más reconocidos especialistas y gastó parte de su fortuna, para llegar a una única conclusión: se moría y ni todo el oro del mundo impediría eso. De repente su prioridad cambió y sólo anhelaba salud. Su vida de excesos le estaba pasando factura y yo era feliz con eso. Era feliz viendo como pagaba por lo que le había hecho al mundo y a mí. Es duro sentir felicidad por la desgracia ajena, pero la sentí.


Una vez instalada en mi antigua habitación y superados los primeros recuerdos, me dirigí a su habitación. Había contratado a un equipo médico para que lo atendiesen en casa. No quería estar ingresado en un hospital, porque la gente enferma no le agradaba. Que irónico, a mí tampoco me gustaba según que enfermo. El cuarto estaba atestado de aparatos médicos y personal sanitario. Dos médicos y un par de ATS, vigilaban día y noche su estado. La cama ocupaba el centro de la estancia, rodeada de cables y objetos que no supe identificar.

Entonces me vio. Estaba casi dormido, supongo que debido a la medicación, pero al verme sus ojos se abrieron como platos y su rostro se tensó en un amago de sonrisa. ¿Podía ser posible que se alegrase de verme?¿Sería cierto que quería despedirse? Tal vez la cercanía de la muerte la había hecho replantearse su vida. No, tenía que haber algo más, algún motivo oculto.

- Hija mía. Has venido-dijo entre susurros. Le costaba respirar. Un silbido agudo nacía de su pecho.

- Ricard- saludé. Siempre utilizaba su nombre propio para dirigirme a él. Lo de papá le quedaba grande- ¿qué es lo que quieres de mí? ¿es esto una despedida o algo semejante?

- espero que sea un comienzo- contestó

Un comienzo de qué. A este hombre se le había ido la cabeza. Tanta medicación le había freído el cerebro.

-Explícate, porque no he recorrido 700 km para jugar a las adivinanzas- mi voz sonaba dura y concisa.

-Necesito un trasplante de médula. Hemos buscado un donante y nada. Eres mi última oportunidad. No curará mi enfermedad pero me dará algo más de vida.- si hubiese encontrado a alguien compatible jamás habría acudido a mi. Maldito egoísta y yo pensando que tal vez podría haber cambiado.

-No- fue lo único que contesté

-¡¿cómo que no?¡¡ soy tu padre¡- intentó gritar sin éxito.

-Tú nunca fuiste mi padre, sólo el hombre que dejó embarazada a mi madre y después se la cargó.- su rostro palideció. Sabía ya mi respuesta, sin embrago insistió, no sin antes echar de la habitación a todo el personal médico. No quería testigos.

- La muerte de tu madre fue un accidente y tú lo sabes.-mintió. Ni siquiera en su lecho de muerte era capaz de asumir los errores cometidos.

- Serás hijo de puta. Te vi, lo vi todo. La discusión. Mamá quería irse y tú no la dejaste. La golpeaste hasta que….- no podía seguir. El recuerdo me martillaba la cabeza.

- Seré lo que tú quieras, pero eres mi hija y llevas mi sangre. Me lo debes .Yo te crié. ¿Quién pago tus viajes y tus estudios?

- Me criaron las mujeres que tú contrataste tras la muerte de mamá y no pagaste mis viajes, te libraste de mí, que son cosas distintas

- Está bien, piensa lo que quieras pero ¿cómo explicarás tu negativa? una hija nunca dejaría morir a su padre si pudiese evitarlo, ¿te has parado a pensar en lo que dirá la gente?

- No pienso explicarlo. No estoy obligada a hacerlo y punto. Lo que digan no me importa. Soy dueña de mi vida y de mis decisiones- sin más que decir me fui. Sabía que lo de la despedida había sido solo una artimaña y sin embargo había caido en la trampa, directa a la boca del lobo.

Oí como llamaba a mi tío y como le explicaba lo acontecido. La guerra sólo había empezado y yo era el objetivo. El tesoro a conseguir. Me sentía una médula con patas. Me encerré en mi antiguo dormitorio. Necesitaba pensar. Entonces... CONTINUARÁ

jueves, 2 de julio de 2009

Andrea (1º parte)

Salud, dinero o amor. Por suerte o por desgracia, no está en nuestras manos decidir cuales tendremos y cuales no, pero sí podemos decidir cual prima sobre las demás. Mi nombre es Andrea y mi vida no ha sido lo que se dice fácil.

Soy hija única de un matrimonio por conveniencia. Así que como comprenderéis, para mí el amor no tenía significado ni significante. Mi madre, descendiente de un rico industrial, fue obligada a casarse, con sólo 18 años, con el hijo de un cacique corrupto, 20 años mayor que ella. Era otra época. Eso hoy en día, en nuestra sociedad es impensable, pero hace 50 años estaba a la orden del día. La boda tenía como único objetivo aunar fuerzas y hacerse los más fuertes de la zona, con el dinero de mi madre y los contactos de mi padre. Y la única forma de que eso funcionase y que nadie desconfiase era unir las familias. Pero los trapicheos familiares no son el tema que me trae aquí. Eso lo dejo para próximas ocasiones. Tal vez volveréis a saber de mí. Dicen que el mundo es un pañuelo, aunque para mí siempre estuvo lleno de mocos.



Mi madre siempre intentó que yo fuese feliz, pero jamás lo logró. Era débil y vivía amargada bajo el yugo del hombre que me trajo al mundo, pero siempre tenía besos y sonrisas para mí. Decía que yo era lo único bueno que había hecho en la vida. Sin embargo, no puedo referirme a él como mi padre, porque desde que nací me rechazó. Nunca me quiso, sólo me utilizó. El parto fue complicado, a punto estuvo mi madre de perder la vida. Por suerte sólo perdió el útero y con él las posibilidades de volver a concebir. Cómo una mujer iba a estar al frente del imperio le gritaba en ocasiones. El ogro (así le llamaba de cría) quería un varón y yo simplemente fui un error al que pronto apartó de su camino. Un juguete que mostrar ante visitas y al que al rematar la fiesta tiras de nuevo dentro de su caja. Hasta la próxima.


Mi madre procuró que mi niñez fuese lo más normal posible, pero tampoco lo consiguió. Cómo iba a ser normal cuando una noche si y la otra también oía, escondida entre las mantas, los gritos del ogro y los sollozos de mi madre. El maquillaje ocultaba el resto. No comprendí lo que acontecía hasta tiempo después. En un matrimonio amañado el amor no existe y por tanto el sexo nunca es deseado. Él bebía intentando olvidar sus negocios(a veces creo que tampoco él quiso llevar esa vida pero se la impusieron como a mí) y al llegar a casa obligaba a mi madre a cumplir sus más básicos deseos. Vamos, hablando claro, ella fue fruto de sus continuas violaciones. Entenderéis ahora porque el amor no tenía significado para mí. Lo cobró años después, con mucho esfuerzo y horas de terapia. Pero mi vida amorosa hoy tampoco es el caso.

Para mi madre el amor hacia mí fue lo que la ayudó a sobrellevar su tortura. Yo era la que la mantenía a flote. Mi amor era su prioridad. El dinero nunca le importó, porque jamás le hizo falta. Dicen que no echas de menos algo hasta que estás a punto de perderlo y ella tuvo más dinero del que necesitaba. Y la salud, fue mi padre el que se la quitó. Una caída accidental y un golpe con un cajón. Esa fue la versión oficial. Nadie creería a una niña de 7 años, cuando dijese que su padre había matado a su madre con un palo de golf y aunque me creyesen mi padre lograría con dinero o matones silenciar a cualquiera que lo contrariase. Vi toda la escena escondida tras la puerta y vi como mi padre lloraba ante su tumba intentando parecer un desconsolado viudo, sabiendo que si ella estaba allí era por su culpa. Ese día mi odio hacia él empezó a crecer. Juré que jamás querría al hombre que me había robado a mi madre, jamás lo ayudaría ni tendría piedad con él. Y así lo hice y no me pesa. Cada uno tiene lo que se merece.

Mi padre se movía sólo por dinero. Estaba obsesionado con el poder y para conseguirlo pisoteaba a quien fuese. Sólo dinero y más dinero. Esa era su prioridad. El amor y la salud no existían en su escala de valores. Tras la muerte de mi madre, me envió a un colegio interno. Para mí fue un regalo. Así estaba lejos del infierno. Estuve allí hasta lo 18 años, momento en el que la universidad fue mi balsa para seguir a flote y no volver a casa.

Una noche, en mi quinto año de universidad, llamaron a mi puerta. Era el hermano del ogro. En el tiempo que estuve lejos de la casa, no quise saber nada de ellos. Estaba viviendo mi vida y no formaban parte de ella. Venía a buscarme. CONTINUARÁ